Pequeños placeres

Hace ya algún tiempo que le doy vueltas a eso de los pequeños placeres. Me refiero a esas pequeñas cosas que hacen que la vida merezca la pena pero que, por su simpleza, pasan totalmente inadvertidas para nosotros. Sólo nos damos cuenta de lo importantes que son cuando las perdemos.

Está claro, consumir mola más: una cámara digital, una moto, una camisa de marca, un coche con todos los extras, un bolso, unos zapatos, la última consola, un reloj cronógrafo, un portatil… Todos estos lujos eclipsan lo que de verdad importa.

Leonardo Da Vinci dijo algo parecido a «El que no disfruta de los placeres de la vida no tiene derecho a vivirla». De los 15 a los 18 años fue la frase con la que me despertaba y con la que me acostaba. Literal, incluso era mi fondo de pantalla.

Luego llegó el dinero. Ganado con esfuerzo, sí, pero poco a poco te vas dejando llevar. Y sin saber cómo acabas haciendo colas interminables para conseguir una caja llena de chips y cables, por ser el primero en ver una película o pagando cifras alucinantes por trozos de plástico venidos de oriente.

A pesar de ello, no hay nada como pasarse siete horas esperando en una sala de urgencias para darse cuenta de lo que realmente significan esos pequeños placeres.

Poder andar, correr, caminar por ti mismo, respirar, poder salir a la calle todos los días, dejar que el viento y la lluvia te golpeén en la cara, irte a dormir sin miedo, sonreir cada mañana… y no tener que ver todo desde esa maldita ventana. Eso sí que es un placer.

Me pregunto en qué momento todos esos placeres se empequeñecieron.

2 Comentarios »

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  1. El problema es que eso de los pequeños placeres es un contrasentido. No hay placer pequeño. El placer, cuando place, es inmenso. Embriaga todos nuestros sentidos y nos deja por un instante suspendidos. Tanto si es un pequeño soplo de aire primaveral como si se trata de la mirada cómplice que te lo dice todo desde la otra punta de la habitación. Y no sientes nada, ni oyes nada, ni hueles nada, ni ves nada más que esos ojos que te miran y en silencio dicen todo lo que no oyes, y mucho más.

    Los grandes placeres, los que vienen de los graaandes acontecimientos de tu vida, aquellos que rubricas y guardas la fecha en la memoria porque sabes que celebrarás el aniversario del acontecimiento, se sienten menos intensos en el momento aunque luego recuerdas un poquito en cada aniversario.

    El placer, igual que el dolor, son relativos. Diferentes para cada persona, diferentes en cada momento, y casi estoy segura de que infinitos en el sentir. Hasta que uno no ha experimentado el dolor absoluto, no está seguro de hasta dónde podría llegar. Hasta que no ha experimentado el placer supremo, un placer que ya era muy grande, aún puede crecer.

    Quienes inventaron el sistema métrico decimal buscaban un sistema de medida rígido, universal, que les permitiera intercambiar información con el resto del mundo: un centímetro, un metro, un kilómetro…

    Los placeres no se pueden medir, ni enconger, ni agrandar. Sencillamente, son los que son. Están ahí, planeando a nuestro alrededor, y solo hay que estar atento a ellos, intentar sacar ratos para mirar la vida desde diferentes perspectivas, y jugársela a la cotidianeidad. Será un trabajo duro, que durará toda la vida, del que jamás te podrás jubilar, y que encima cobraras en especies… pero merecerá la pena. ¿o no? Todo es relativo….

    “Si mi teoría de la relatividad es exacta, los alemanes dirán que soy alemán y los franceses que soy ciudadano del mundo. Pero si no, los franceses dirán que soy alemán, y los alemanes que soy judío.”
    Albert Einstein

    Comentario por aida — 14 marzo 2007 #

  2. Como diría Serrat:
    No hay nada tan bello que lo que nunca he tenido.
    Nada más amado que lo que perdí.

    Asín semos…

    Comentario por Julito — 27 abril 2007 #

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