La cosa manda huevos… ¡Kinder!

Schellingstrasse

Calle Schelling, Munich.

Rescatando a Polaroid

Ya os conté que Polaroid dejó de fabricar carretes el pasado Marzo, deteniendo el 31 de diciembre su completa producción. Pues bien, resulta que un grupo formado por 10 tipos muy listos, han decidido embarcarse en un proyecto imposible: tratar de fabricar carretes polaroid. Para ello incluso le han alquilado a la compañía su fábrica holandesa. Su objetivo es tener los primeros carretes fabricados para 2010. ¿Lo conseguirán? Ilford, gran compañía fotográfica, está detrás de todo esto por lo que parece que la cosa va en serio.

Echad un vistazo a su web The Impossible Project. ¡Larga vida a la fotografía instantánea!

Minolta

Más fotos aquí.

Aventureros al tren

Los Reyes Magos se portaron muy bien y me dejaron unos cuantos juegos de mesa en casa. Entre ellos la edición de este año del Trivial y también uno que tenía ganas de tener: Aventureros al Tren (o «Ticket to ride» para los anglos).

Jugando la primera partida uno entiende porqué ha recibido tantos premios desde su lanzamiento: la dinámica de juego es rápida y simple, las reglas concretas, apenas hay excesiva complejidad estratégica, el argumento es atractivo y se puede explicar en 2 minutos.

Se trata de ir uniendo ciudades a través de líneas de tren partiendo de unos destinos repartidos a suertes. El que más líneas construya y más destinos complete, gana la partida.

Lo que me sigue fascinando en los juegos actuales es la capacidad de dotar de valor añadido a la experiencia de juego. Por ejemplo, en el caso de «Aventureros al Tren» te regalan una suscripción a la comunidad online, donde hay partidas diarias y foros para comentar las jugadas con otros aventureros. Puedes también adquirir expansiones, comprar nuevos mapas (la putada es que no los venden sueltos, ooooh!) o incluso pasarte a la versión de cartas si es que te mola mucho.

Pues eso, que si buscáis un juego de mesa para todos los públicos y con capacidad de enganche, este parece ser el adecuado.

Zapatos de gamuza azul

No me pises más,
mis zapatos de gamuza azul.
No me pises más,
Mis zapatos de gamuza azul.

Estaba volviendo esta tarde del dentista, aún dolorido y ciertamente cansado de un viaje en metro de una hora y dos transbordos, cuando al llegar al último pasillo he empezado a escuchar a alguien cantando. Era un hombre de cincuenta y tantos años, con guitarra española en las manos, tocando la versión traducida de «Blue suede shoes».

Su manera de tocar no era nada profesional, ni siquiera amateur. Nada de micrófonos y voz de conservatorio. Nada de un amplificador en un carrito. Nada de eso. Él trataba de rasgar las cuerdas de su guitarra con la intención de obtener sonidos más o menos acordes y, al mismo tiempo, golpeaba la caja para hacerse los acompañamientos.

Nada de buena chaqueta de cuero, gafas de sol y pose de estrella. No. Allí estaba él, con vaqueros bien subidos, polo verde y una cazadora marrón.

Pero muchos huevos, eso sí.

Mientras iba caminando escuché su acelerada y semi-angustiosa voz repetir la estrofa un par de veces más, silenciándose poco a poco unos pasos atrás. Y en ese instante no pude dejar de imaginar que, a lo mejor, hace apenas unos días, su jefe, un engominado veinteañero ya subdirector de una de las muchas empresas grises y absurdas que hay, le firmó su finiquito y con un cínico apretón de manos le mandó al paro. La crisis, dicen.

Frente a otros, daba la impresión que él no deseaba estar allí. No quería estar allí. Él no era como esos otros divos que van al metro con la falsa ilusión de que una mañana un príncipe musical venga en su caballo blanco y les ofrezca producir un disco que les haga sonar en los 40principales. Él no estaba esperando poder dar una entrevista contando su humilde historia de músico callejero. Tengo la impresión de que no, que él no.

Él cantaba con voz seca, dura. Él cantaba con la voz del que sabe que la nevera sigue vacía y que hay que salir a pelear el plato de sopa. Con la voz del que ha cogido la guitarra que acumulaba polvo en el fondo del armario y se echa a la calle para conseguir salir adelante. Él cantaba con la voz de aquel que no tiene verguenza porque hasta esa la ha empeñado.

Y allí se quedó, mientras yo me iba a casa.

Y aunque mi imaginación había recreado en mi cabeza aquella escena típica de cuento de navidad, y con la duda de si esa historía pudiera ser verdad, salí del metro, sonriendo, tarareando su canción.

Hay que joderse qué tonto es todo algunas veces.

Nieve en Madrid

Han finalizado las navidades con una espectacular nevada en Madrid, y las calles se han llenado de fotógrafos con camarones que no paraban de disparar. Yo también he sacado la mía, por supuesto.

The king of Kong, por un puñado de monedas

En 1982, Billy Mitchell, estableció un record que se ha mantenido imbatido durante más de 20 años: 874.300 puntos en el Donkey Kong. Pero, Steve Wiebe, un profesor de Redmon cuya vida ha sido una catastrófica sucesión de frustraciones y desdichas, ha decidido que quiere ser el número uno en algo.

The King of Kong (año 2007) es un documental que narra la odisea de Steve para batir el record de Billy, el mejor jugador de videojuegos del siglo. Y, de paso, nos cuentan algunos de los mejores años de la época de oro de las recreativas.

Para los que estéis pensando que esto es una broma, ojito que no lo es. «The king of Kong» es, no sólo un buen documental sobre videojuegos, sino una bonita historia de superación (ahí lo llevas). Un guión a la altura de las mejores películas: hay buenos, hay malos, hay giros argumentales, hay lágrimas, hay venganzas, puñales por la espalda, momentos de tensión y un reparto imposible de olvidar. No os perdáis la presentación de personajes (primeros 20 min.), con un Billy a la altura de los mejores malos de película, y un Steve caricaturizado como el tipo más perdedor de la historia.

O también el momento en que Billy consigue el record de la partida de pac-man perfecta o los planos en acetato de Steve sobre el cristal de la máquina Donkey Kong con la estrategia a seguir.

Si os gustan los videojuegos, este es el documental definitivo. Si no os gustan, puedo prometeros que seran los 80 minutos mejor invertidos de la semana. En serio. Y si quereis una segunda opinión, preguntarle a mi hermano.

Desdeya en su proveedor peliculero habitual.

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